Cuaderno de viaje, Budapest 2008.
[28 de abril]
Antes de salir siquiera de España, varias son las reflexiones que me asaltan, y la primera de ellas, es por qué un taxista, madrileño para más señas, que a tanta gente transporta y conoce al cabo del día, se permite el lujo de despedir a todos sus clientes con un apretón de manos, dejando constancia en el mismo acto, de su nombre y apellidos.
Por cierto, datos éstos, que al cabo de treinta segundos ya no soy capaz de reproducir, y no por dificultad lingüística, recordad que aún no hemos salido de España, sino por pura desidia o falta de interés en saber cómo se llama un sujeto al que nunca jamás en la vida voy a volver a ver.
Después de este episodio, llamémoslo curioso, me encuentro en plena terminal T4 de Barajas y aunque soy capaz de encontrar en muy poco tiempo la zona de embarque de mi vuelo, me doy de bruces con el primer contratiempo del día, y es que el vuelo trae hora y media de retraso, por lo que lo que iba a ser una espera razonable de dos horas y media, se convierte de inmediato en un sopor de cuatro horas abandonado a la mano de Dios en la citada terminal.
Segunda reflexión del día: ¿cómo puede ser que no habiendo salido todavía de mi país me sienta totalmente transportado y completamente perdido en una jerga pseudo-europea, en un lugar en el que toda la gente que me rodea habla de todo menos algo parecido en lo más lejano al castellano?
Debe ser una de las consecuencias de encontrarse en un aeropuerto internacional, y es que allí todo el mundo hablaba en francés y en italiano y en inglés y en cualquier otra lengua y/o dialecto europeo, pero muy pocos de los que a mí me rodeaban parecía quererse hacer entender en español.
Pasado el mal rato y acostumbrado ya a oír todo tipo de acentos que no son los propios del país, me encuentro ya tomando posición en el interior del avión que me transportará al destino elegido. Y con hora y media de retraso, conozco por fin al que será mi anfitrión durante mi estancia en Budapest, el doctor George Harmat, director del Hospital Pediátrico de Budapest, y quién nos hará de guía los días que dure nuestra estancia aquí.
Tras atravesar en su coche la ciudad de sur a norte, y tras una conversación sorprendentemente fluida e inteligible en ingles entre ambos, llegamos al apartamento en el cuál voy a estar alojado mientras dure el Intercambio, y en el que me va a tocar compartir habitación con otro compañero español, de nombre Luis Montero y que me lleva un día de ventaja porque llegó el domingo a la ciudad.
Cuál es mi sorpresa al saber que no sólo voy a compartir habitación con él, sino que en el mismo apartamento se encuentran dos enfermeras de uno de los hospitales de Budapest, que no tienen ni idea de inglés, y que supongo que maldita la gracia les hace que les metan dos españolitos a vivir durante un mes con ellas.
Mis primeras horas en Budapest, son ciertamente desconcertantes. Mi compañero de piso no se encuentra todavía en él, parece ser que ha salido a visitar la ciudad por su cuenta, y por tanto, me encuentro sin saber dónde ir, sin saber qué hacer, y con la única compañía de dos mujeres que ni quieren ni podrían entablar cualquier tipo de conversación o algo que se le parezca conmigo. Decido salir a dar un corto paseo por los alrededores del bloque de apartamentos, primero, porque no quiero perderme, y segundo, porque necesito salir a tomar aire, además de algo de cenar y hablar con alguien que sí que me entienda, mi mujer (y de rebote escuchar a mi chiquillo diciéndole hola a papá).
A mi vuelta al apartamento ya estaba Luis allí y me pone al corriente de nuestras compañeras de piso, confirmándome mis primeras impresiones, que pocas van a ser las oportunidades de conocer realmente grandes sitios, y que lamentablemente, o no, vamos a disponer de muchísimo tiempo libre. Me pone al corriente también de la distribución del piso, de sus primeros problemas con nuestras “caseras” y es que al parecer, algo tan normal en España como llegar un domingo a las once y pico de la noche a casa, no les sienta bien, y menos, si el que llega se hace la picha un lío con la alarma del piso y es incapaz de abrir la puerta, como le pasó a él la primera noche de estancia.
Aunque en realidad el Programa de Intercambio lo formamos tres personas, a una de ellas, una chica finesa, no la conoceré hasta mañana. Por lo que me cuenta Luis, debe estar alojada en alguna habitación en alguno de los hospitales de nuestro anfitrión, Bethesda creo, pero en fin, mañana será otro día…
Mira que me quedo con las ganas de disfrutar de un viaje parecido, igual que lo habéis hecho tú y @manyez. No sé si en temas bibliotecarios se da, supongo que es cuestión de indagar.
ResponderEliminarSeguiré tus andanzas (en diferido) por Budapest. Gracias por compartirlas!
Lo vas a contar todo? Yo también tengo mi diario de ese viaje, pero no tengo tanto tiempo ni me sale tan literario, es más lo tengo en spanglish, pero un dia de estos al menos ordeno fotos e ideas.
ResponderEliminaralvaro leal
En la foto del piso veo... ¿una botellica de vino español? ;););) Salu2.0
ResponderEliminarPues a mi también me ha llamado la atención, botellita de vino, que típico jajajaja
ResponderEliminarMaría, claro que puedes participar. Es para profesionales sanitarios pero no quiere decir que sea para médicos y enfermeras, como bibliotecaria del hospital de Torrevieja, seguro que puedes. Anímate y cumplimenta la solicitud para 2011 (fin plazo 31 de octubre).
ResponderEliminarAlvaro, sí que lo voy a contar todo. Tal cual lo escribía cada noche en Budapest, lo he dejado programado para todo el mes de agosto, hasta el 6 de septiembre: ese día hablaré de los días en París, de ti y de @manyez, jajaja...
Y a Juana y a Gerineldo, pues sí, que se han fijado muy bien, es un buen vinito español. Lo llevó mi compañero de Madrid para regalarselo a alguna autoridad de por allí. Pero no os preocupeis, en Budapest se pueden degustar muy buenos vinos y muy buenas cervezas, jajaja...
Os espero todos los días por aquí. Muchas gracias.